domingo, 15 de enero de 2012

DESFILADERO DE DESPEÑAPERROS

Despeñaperros de hirientes
cortes, de aristas que caen
en fantasiosas pendientes
y la mirada sustraen.

Eres inhóspita tierra
plagada de uñas de rocas,
cantiles que por la sierra
perfilan enormes bocas.

Calcina el sol, deja ciegas,
con pesados resplandores,
viñas próximas, manchegas,
que a vino mandan olores.

Consigo ver desde un alto
filas de rayas, señales
pintadas en el asfalto
al filo de pedregales.

Entre ellas el autobús
enfilando carretera,
escapando de la luz
abrasadora, se esmera
en adentrarse en la umbría,
en toparse con cuchillos
de afiladas sombras, fría
galena exenta de brillos.
Las descomunales dagas
se enderezan persistentes,
se entrecruzan con aulagas
en laderas y vertientes.

Asoman riscos, puñales
que, del celeste llovidos,
abruman como cristales
resquebrajados y buidos.
Una casona a lo lejos,
especie de ratonera,
me manda en guiños reflejos
que cuelgan de una ladera.

Aquí me deleita el alma
toda piedra fea y ruda,
enclaustrada con la calma
de muerte que me saluda.

El trayecto me condena
a dejar tus olivares,
pero se aplaca la pena
al evocar unos mares,
borrascas de grandes olas
y nevisca en cordilleras.
Se desayunan a solas
mis neuronas viajeras.

El contraste en mi ser crece
marchando a tierra extranjera
entre tu sol, que me cuece,
y el frío austral que me espera.
Ya lo ves, preparé el viaje.
No desperdicio ocasión
para llevar de equipaje
al verso en el corazón.

Adiós, escondidos cerros
de achaparrada figura.
Adiós, oh, Despeñaperros
de musculosa estatura.

                                           Antonio Macías Luna