Por poco no la vi, la divisé al azar.
Recorro un laberinto de calles, la quietud
dormida de unos muros entre la sombra y luz
del suave amanecer, que me indujo a parar.
El cristalino albor me permite admirar
En agradecimiento por la abierta actitud
y la hospitalidad, me dejo acariciar
por los besos del aire que huelen a mañana
y los vivos repiques de una oculta campana.
Cubiertas por laureles de refulgente gloria,
en pie se tienen piedras hasta los aledaños
de la Plaza Mayor ; viejos troqueles de años
que acuñarán, por siglos, de Cáceres la historia.
Antonio Macías Luna
Cáceres, 1 de noviembre de 2001