lunes, 16 de enero de 2012

SURCOS Y ENCINAS

Los campos resplandecen.
Respiran los collados
al aliento del sol,
al soplo de la tarde;
viento suave que besa unos barbechos,
barbechos al desnudo, en cueros vivos;
reflejos de espejismos
que sudan a lo lejos.

Los campos muestran lagos
de plástico, cristales gigantescos
que recubren los huertos,
que cabalgan a lomos de unos surcos;
surcos que apuntan hacia un solo punto;
trazos que extienden hacia el infinito
sus anhelos en rojo.

Sube la carretera,
sube mirando al cielo.
La carretera trepa por la sierra,
va presintiendo olores de encinares,
va persiguiendo su veloz anhelo
quebrando las dehesas.

La carretera continúa arriba
y llega al fin de su camino gris,
y acaricia las lomas;
lomas con redondeces que soportan,
que amorosas sustentan
unas encinas jóvenes.
Fornidos tallos, palos las encumbran
con remates frondosos
de hojas, bellotas, cofias
sobre unas matas sucias,
sobre unas jaras blancas.

Es el final del viaje
de los pacientes surcos.
Las saetas alcanzan su destino
en olores de monte,
en chirriar de chicharras.

Flechas inofensivas y rastreras
les ocultan los pies a la arboleda
en una tarde cálida de abril
junto a la carretera,
junto a mí.

Antonio Macías Luna
                            Castilblanco de los Arroyos (Sevilla)