No hay camino que no adhiera polvo
a mis gastadas suelas.
No hay molino cuyas aspas lúdicas
no haya visto de lejos.
No hay acera que no se repare
con alquitrán usado.
¿Por qué estoy siempre sin parar viajando?
¿Por qué este despilfarro,
este situarme en un lugar y en otro,
origen y destino?
A veces, el destino se convierte
en un punto de paso.
¿Por qué esa pesadumbre que me asalta
girando con las ruedas,
tirando de mis pies,
trepando hasta los cráteres de azufre?
Nunca encuentro respuesta a esta pregunta,
un río sin desagüe.
Nunca estoy satisfecho.
Soy y seré el pasajero inagotable
que algún día, alguna noche quede quieto
en el seno terroso de una tumba.
Para acabar tendido en ese hoyo,
¿valdrá la pena haber viajado tanto?
Antonio Macías Luna
Entre V. Alemana y Santiago, 9 de noviembre de 2007