sábado, 14 de enero de 2012

HUIDA

Vehículos parados, títeres sin cabeza
en la ciudad enferma. Casas de hielo, sin gente.
Hasta los campos se contagian,
privados de verde.
Aumentan la sensación de vacío
las aves que se salvan de una avalancha de nieve.

Traduzco unas pezuñas escritas en el blancor nevado,
con mi carga en el pecho tras una cierva cargada en el vientre.
La cierva atisba desde un tronco,
con inquietud se esconde detrás de un alerce.
Mientras mira el astado, su capa de piel tirita
con la edad imprecisa en la testuz por la plomada de los estiletes.
Espera la salida del sol,
de un círculo que no se dibuja, que no se enciende.

Los pies me pesan. Son jalones de quita y pon
bajo árboles en punta y pinares rebeldes.
Cosquilleando los cielos, me hablan de tantas cosas,
las que me he dicho a mí mismo tantas veces;
me hablan de heridas sin cicatrizar,
como arañazos de peines.

Soy un travieso cervatillo que huye
agujereando por doquier la nieve.
Relego todo lo mío, una pieza sin muebles,
y por el bosque helado con mi maleta al hombro
corro tras el motivo de siempre:
algo que me seduce más allá del alma,
algo que nadie entiende.

      Antonio Macías Luna, 
        Lautaro (Chile), 29 abril de 2005