La ciudad se transforma
en un poblado seco.
La gente se desliza,
impulsada por vehículos sin frenos
mientras otros se enfrentan a la sed
en un poblado seco.
La gente se desliza,
impulsada por vehículos sin frenos
mientras otros se enfrentan a la sed
usando guantes vítreos de refrescos.
La gran urbe, magnífica,
es cada vez mayor, un esperpento
es cada vez mayor, un esperpento
que en el caos rutinario
se desmorona por su propio peso,
se desmorona por su propio peso,
por su propia canalla
a través de avenidas y paseos.
a través de avenidas y paseos.
La otra ciudad, la mía,
la que me arde por dentro,
la que mueve el motor del corazón,
la que me arde por dentro,
la que mueve el motor del corazón,
es la que sin parásitos externos
atesora mis rítmicos latidos
sin parar un momento.
atesora mis rítmicos latidos
sin parar un momento.
Se comprimen las suelas al pisar,
van dejando detrás huellas de sueños,
fantasmas en esquinas,
agazapados en pequeños huecos,
pistas que se deshacen en betún,
en un escudo negro,
rastros sucios que todos olvidamos
rastros sucios que todos olvidamos
en cuanto los perdemos.
Me precede una ola de colores
que arrastra y mece boyas de sombreros.
que arrastra y mece boyas de sombreros.
Son aves migratorias
siguiendo un mismo vuelo
sobre las azoteas del gentío,
con el tañido insulso de los vientos
siguiendo un mismo vuelo
sobre las azoteas del gentío,
con el tañido insulso de los vientos
junto al cemento armado,
con el loco rugir de unos barrenos.
con el loco rugir de unos barrenos.
Soy una de esas prendas de cabeza,
que asan calvas y pelos.
Soy la paleta de un pintor errante
que entre farolas de fundido hierro
plasma su caminar
con pinceles añejos;
con pinceles añejos;
de conteras forradas
por un gastado y deslucido cuero.
Antonio Macías Luna
Lautaro (Chile)